Haciendas abandonadas de Fresnillo, Zacatecas: Viejo esplendor de familias y posesiones

Iván Márquez – Simitrio Quezada / La Semana NTR

La Hacienda de Santa Cruz es una de diecisiete que en otro tiempo dieron renombre y prosperidad a Fresnillo, y que hoy están en completo abandono.

Sus restos se ubican a 15 kilómetros de la cabecera municipal. Para llegar, es forzoso el paso por la carretera federal 32, que conduce a Valparaíso, y dar vuelta a la derecha e internarse a la ruta estatal que lleva a las comunidades fresnillenses El Salto, Buenavista de Trujillo y Ábrego.

El acceso a los restos de este inmueble es relativamente fácil. A primera vista, nadie custodia el sitio. Ningún perro sale al encuentro o deja oír sus ladridos. Lo que abunda para el caminante, eso sí, son ratas y algunas víboras que, por lo visto, no logran atemorizar a quienes acuden a seguir perjudicando, con toda impunidad, ese inmueble histórico.

Con sólo mirar alrededor se confirman las quejas de muchos lugareños. Lo que en otros tiempos diera tanta gloria hoy se encuentra olvidado, grafiteado, pero sobre todo dañado tanto por los años como por intrusos. Dentro de la propiedad puede apreciarse que mucha gente ha intentado buscar tesoros enterrados, ya sea en el piso o en las paredes gruesas de adobe.

El lugar es cuidado desde hace tiempo por los integrantes de la familia Martínez Segura, quienes habitan un cuarto amplio de la hacienda que aún no se ha caído. A los pocos minutos de que llegamos, avistamos a niños quienes apedrean víboras y ratas.

Los Martínez Segura hablan sobre la presencia de vagos “que nomás vienen a perder el tiempo y a pistear y hacer desmadres”.

“Tenemos que decirles que se vayan. Como muchas veces no nos hacen caso, ai andamos buscando cómo llamarle a los cuicos”.

En algunas ocasiones no encuentran la forma de cómo llamar a la policía. “Los vagos hacen mucho desmadre, se suben a la torre, toman alcohol y fuman muchas cosas, además de pintar las paredes de la capilla que se conservan de milagro”.

También llega gente a escarbar, sobre todo en la noche. La afluencia es constante porque los invasores llevan a gente que supuestamente puede percibir la ubicación aproximada de cada tesoro.

Todas las vigas de los cuartos de la casa grande están caídas y desechas. Las que aún permanecen en su sitio son las de la capilla.

Deplorable actualidad

Durante el recorrido por los restos de otras ex-haciendas, La Salada, El Centro y El Mezquite, los vecinos rememoran algunas leyendas: nobles poderosos que hoy son sombras y fantasmas aparecen para cuidar su oro, así como en las noches vagan también las víctimas de accidentes carreteros en los alrededores.

“También por eso llega la gente, porque viene a ver a los muertos que se aparecen, y muchos salen corriendo y aseguran que sí llegan a ver una sombra o una silueta de alguna persona”.

Abandonadas desde hace muchas administraciones municipales y estatales, las Haciendas que en otro tiempo fueron orgullo de los lugareños han quedado hoy reducidas a la vergüenza.

Sus ruinas, aunque hermosas, han sido maltratadas hasta el cansancio, de noche y de día, sin que se haga algo para resarcir los daños o siquiera detenerlos.

Hace tres meses y medio, aproximadamente, unos vándalos fueron vistos robando la cruz que coronaba la capilla de la ex-hacienda de Santa Cruz, guiados quizá por el rumor de que también dentro de ella existía oro.

Se habla no sólo de oro dentro de esa cruz, sino también entre las paredes y debajo de los pisos.

Víctor Del Real Gurrola, habitante de El Salto, denuncia que las autoridades también han dejado que se llevaran la campana, la que pudo ocupar un lugar preciado en un museo como el Ágora o alguno otro de la ciudad de Zacatecas.

La leyenda del diablo

El señor Fortunato Juárez, aficionado a las historias de Fresnillo, platica una leyenda reciente sobre la aparición del diablo en una de las haciendas abandonadas.

Cuatro jóvenes habían escuchado hablar de una vieja hacienda en el municipio de Fresnillo, Zacatecas. Buscando aventura, llevaron cámaras digitales con tecnología infrarroja. Antes de entrar al casco, uno de ellos pidió a los otros leer una oración que los protegiera de cualquier peligro.

Al entrar, los cuatro muchachos comenzaron a sentir los hombros pesados y mucha tristeza.

Aun así uno de ellos comenzó a fotografiar cada rincón, mientras otro anotaba en un cuaderno. Los demás estaban pendientes del equipo de monitoreo, mismo que en un patio registró mayor concentración de energía.

El primer joven que llegó a ese patio quiso examinar un cuarto sellado en el fondo. Al acercarse, llevó sus manos a la cabeza y comenzó a gritar. Primero fue el ataque de ira, luego la depresión.

Los otros llegaron corriendo. Mientras dos de ellos preguntaban al afectado por su salud, el otro confirmó que el cuarto sellado era el único con bóveda, y estaba inaccesible desde cualquier ángulo. Después diría a sus compañeros que estaba seguro de que un hombre o animal los veía desde adentro.

Uno de los muchachos acompañó a su compañero a la camioneta. Los dos que permanecieron frente a la puerta vieron una sombra parada tras una columna de la puerta, en posición de guardia e inmóvil, como esperando alguna orden.

En ese momento comenzó a gritar el acompañante del afectado, quien sudaba con mucha fiebre. El conductor encendió el vehículo, avisando a sus compañeros que debían volver otro día para fotografiar a la sombra.

Cuando pensaban que todo había terminado por esa noche, y el muchacho comenzaba a aliviarse, apareció en carretera un auto negro con vidrios polarizados que venía de frente, en el mismo carril y a toda velocidad, para embestirlos.

Las maniobras certeras aunque precipitadas del conductor evitaron la tragedia.

Estaban en la orilla de la carretera, todavía gritando. Ninguno había visto al coche desde lejos, juraron que había aparecido de la nada. No atinaban a describir cómo, pero ya guardaban la seguridad de que se habían enfrentado a algo paranormal.

“El diablo”, dijo quien había sufrido los ataques de ira y depresión. Los demás callaron.

Con su incursión a la ex-hacienda, habían molestado a algo tenebroso que ahora no sólo los quería lejos, sino también muertos.

Viejo esplendor

En el siglo antepasado, la grandeza se levantaba en grandes bastiones que no sólo eran gloriosos en la estética y estables en la estructura social implantada, sino también altamente productivos.

Las haciendas eran notables unidades económicas con un trabajo constante, a cargo de numerosas manos, y cuyo rendimiento desembocaba exclusivamente a los integrantes de una sola familia, designados por los trabajadores como “los señores hacendados”.

En una añorada y resplandeciente época, el mineral de Fresnillo destacó por importantes haciendas que reflejaban la majestuosidad con que gustaban vivir sus dueños, gente de alcurnia y “buen linaje”.

Esas haciendas eran “de beneficio” -que corresponden a las actividades de minería- o “de campo” -que tenían a su cargo la producción agrícola y ganadera-.

Carlos López Gámez, historiador en el municipio, destaca que en 1585 Fresnillo tenía seis haciendas de minas para extraer plata por el beneficio de fundición y del azogue.

Once años antes, en 1574, el municipio tenía once haciendas de campo: Santa Cruz, Valdecañas, Rancho Grande, La Salada, El Mezquite, Ojuelos, Trujillo, Ábrego, La Presa, El Centro y Urite.

Trujillo, El Mezquite, Santa Cruz

Según López Gámez, la más antigua de las haciendas era la de Trujillo, cuyo propietario era Don Diego de Ibarra, pariente directo del ilustre Francisco de Ibarra, uno de los célebres fundadores de Fresnillo.

Dicho patrimonio contaba con 55 indios, seis mestizos, 31 mulatos, un negro y ocho esclavos de origen mulato. Todos afanados en servir a una familia compuesta por tan sólo 12 españoles.

Entre la majestuosa infraestructura de esta hacienda destacaban la capilla, una cofradía y la pila bautismal. Además, los dueños lograron como privilegio, por el cultivo de sus buenas relaciones con la nobleza y los altos jerarcas eclesiásticos, una licencia para dar cristina sepultura a sus difuntos.

Mención especial tiene la casa grande, lugar exclusivo para los propietarios.

Otra de las haciendas importantes en Fresnillo fue la de El Mezquite, cuyo primer título de propiedad data de 1596 y presuntamente también perteneció a Don Diego de Ibarra, noble quien después de 1629 accedió a traspasar dicha propiedad al capitán Don Juan Dozal Madrid, junto con las haciendas de Trujillo y Valparaíso.

Este capitán Dozal es el mismo cuyas exorbitantes posesiones denunció en 1895 Wistano Luis Orozco, en su libro Legislación y Jurisprudencia sobre Baldíos:

“Conocemos casi todos los títulos primordiales del Estado de Zacatecas y, a lo menos en esta grande fracción de nuestro territorio, no hemos hallado una sola excepción al sistema adoptado por los conquistadores…”

La hacienda de El Mezquite se componía también de capilla, caballerizas y corrales para ganado bovino, caprino y porcino. La casa grande también era finca ostentosa.

No se sabe cuántos españoles habitaban el lugar, y mucho menos el número de los trabajadores y los esclavos, quienes hacían del lugar un sitio de notable prosperidad.

Durante estos años recientes, la antigua casa grande de la hacienda de El Mezquite es utilizada para albergar varios localitos comerciales. Lo único que conserva de su estructura original es la capilla, aunque muy derruida. Ella es, de hecho, el primer edificio que se ve al llegar a la comunidad.

En una estructura aledaña, frente al espacio que sirve como plaza de la actual localidad, se ha acondicionado otra capilla para los católicos de la comunidad, aunque el sacerdote, según algunos pobladores, va de vez en cuando.

Se dice que la capilla tiene el primer Cristo Negro que se elaboró especialmente para la hacienda. Desde su construcción quedó en ese lugar.

Recordando la gloria que hizo famosas otras haciendas, se ha hablado de la de Santa Cruz, posesión construida en 1613. Se dice que el dueño de esta legendaria propiedad, Don Gaspar de Larrañaga, vendió sus tierras al Marqués de Altamira, Don Pedro Sánchez de Tagle, quien, entre otras, también poseía la hacienda de Cuisillos, en la región centro-poniente de Jalisco, y que destacaba por sus destilaciones de tequila.

La legendaria Hacienda de la Santa Cruz podía presumir 27 sitios para el ganado mayor, seis caballerías de tierra y una huerta de árboles frutales, con casa de terrado y capilla. Ésta última, cuyos restos aún se mantienen en pie y están a la vista de quienes recorren la carretera, estaba valuada en 26 mil 972 pesos en oro común.

Agricultoras, destiladoras, fortines

Rafael Pinedo Robles, cronista de Fresnillo, refiere que las haciendas en Fresnillo se remontan a la época de la Conquista, con el establecimiento de las “Encomiendas”. El principal objetivo de muchas de ellas era la explotación de las tierras para cultivo o fabricación de bebidas. O, de plano, como un lugar para combatir bandoleros y saqueadores.

Cada hacienda fue diseñada de acuerdo con la actividad que en ellas se desarrollaba. No había un patrón definido, entonces, una forma absoluta. Pinedo Robles enfatiza que en la mayoría de ellas destacaban edificios que las hacían verdaderas joyas arquitectónicas y que hoy siguen abandonadas por sus propietarios.

Sobre sus propietarios se conoce poco, ya que la mayoría son oriundos de otros estados de la república. Muchos de ellos las compraron para utilizarlas como fincas de descanso, o como lugares turísticos, algún día futuro, ya que el costo económico que implicaría remodelarlas es muy alto.

El cronista de Fresnillo recuerda los nombres de algunos dueños. La familia Ibargüengoitia posee la de Santa Cruz; los Méndez de Lara, la hacienda de Rancho Grande; y el señor José Sotelo, la hacienda de Urite. De las demás se tienen datos inexactos, ya que sus propietarios casi no frecuentan esas propiedades, son de otros lugares, o incluso radican en el vecino país del norte.

Hoy, los restos

La destrucción de cada una de las haciendas, según Carlos López Gámez, se dio cuando los nobles dueños originales, españoles y otros europeos, comenzaron a dejar sus tierras debido a diversas cuestiones políticas.

“A partir del reparto agrario, las haciendas de campo, no sólo en la municipalidad de Fresnillo, sino en el país, se deterioraron tanto que ahora son recuerdos. Las evidencias son pocas y demuestran lo que fueron en su tiempo, haciendas productivas”.

Actualmente estos inmuebles han sido saqueados por diversos motivos: la aventura, la curiosidad, el morbo o la ambición para encontrar tesoros ocultos, ésta última originada por el cúmulo de mitos y leyendas forjados entre las generaciones recientes.

Carlos López Gámez comentó que sí se han dado propuestas para rescatar haciendas, pero desgraciadamente ellas no han prosperado, entre otras razones, por el alto costo económico que implicaría restaurar las casas grandes en cada una de estas legendarias haciendas.

“Hay instancias de los tres niveles de gobierno que los obliga a rescatar las haciendas y la historia para mantenerla viva, de cómo se vivía en estos lugares”.

Dijo que lamentablemente en el estado de Zacatecas son contadas aquéllas que conservan la originalidad que les dio abolengo.

“Creo yo que esto debe obligar, más que nada, a la autoridad federal a implementar programas de apoyo. Haciendas de campo en algunas regiones del país han sido reparadas y han generado divisas en materia de turismo”.

El esplendor de las ex-haciendas en Fresnillo se ha desvanecido frente a la impasibilidad de quienes cada tres o seis años se comprometen a preservar la tradición cultural de los gobernados.

Así se pierde, de modo gradualmente irreparable, la posibilidad de tener excelentes atractivos turísticos y potenciar el desarrollo económico en el estado de Zacatecas.

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